Carmen Agra Deedy

Los cuentos familiares

Las historias de nuestra familia, las historias de nuestros países, esa es la herencia indestructible. En un fuego, en una inmigración, en una revolución, en un zunami se puede perder todo, absolutamente todo, pero no los cuentos. La única forma de perder un cuento es si uno se lo traga, se lo queda por dentro. Las cosas que nos pasan nos llenan de historias.

Tenemos que desahogarnos. Tenemos que contarlos, esos cuentos, esos cuentos a nuestros niños, así ellos saben quiénes son, de donde vinieron, de quién vinieron

“¡El gallo que no se callaba!”

Hola, mi nombre es Carmen Agra Deedy, y este es mi nuevo libro: “¡El gallo que no se callaba!” Vamos a ver lo que va a pasar en esta historia.

“Había una vez un pueblo donde las calles resonaban con canciones desde el amanecer hasta el anochecer. Los perros ladraban auhuu, las madres canturreaban, ay mi niño lindo. Los motores zumbaban brrrr, las fuentes borboteaban, y todo el mundo cantaba en la ducha.”

La cucaracha, la cucaracha. O quizá cante otra cosa, no sé.

“Cada persona y cada cosa tenía una canción, el pueblo de La Paz era un lugar muy ruidoso. Imagínense era muy difícil escuchar, era difícil dormir, era difícil pensar, y nadie sabía qué hacer. Así que despidieron al alcalde.

Adiós. Ahora era un pueblo muy ruidoso, sin alcalde. Por lo que hicieron elecciones. Solo Don Pepe prometió paz y tranquilidad. Obtuvo una victoria aplastante. El día siguiente una ley muy respetuosa apareció en la plaza del pueblo: ‘No cantarás en público por favor.’ Las cosas estaban mejorando, fíjense. Pero muy pronto le siguieron otras leyes.

‘No cantarás en la casa. Bueno. No cantar alto. Oye, no cantar, basta, cállense de una vez.’ Hasta que el ruidoso pueblo de La Paz estaba tan silencioso, como una tumba.” Esto no me gusta nada. “Hasta las teteras tenían miedo de ummmm, pitar. Fíjense.

Algunos se marcharon del pueblo cantando a toda voz. Otros se quedaron y aprendieron a tararear. Los demás estaban muy felices, al fin poder dormir en paz. Siete años silenciosos pasaron. Entonces una tarde un pícaro gallito y su familia entraron al pueblo y se posaron en una horrorosa mata de mango. Cuando el gallo despertó a la mañana siguiente, hizo lo que todos los gallos hacen por naturaleza. Cantó quiquiriquí.

Pero qué mala suerte tuvo ese pobre gallito. Esa mata de mango estaba debajo de la ventana del alcalde cascarrabias. Ay, ay, ay. ‘Oye tú,’ le dice Don Pepe, ‘aquí no se canta, es la ley.’ ‘Bueno, esa es una ley tonta,’ dijo el alegre Gallito. ‘Aspirando el olor dulce de esta mata de mango, ¿cómo podría yo dejar de cantar?’”

 Muchas cosas van a pasar pero no se preocupen niños, el gallito estará bien en el fin.